Te gustaría sentarte, pero no tuviste tiempo de limpiar la taza o cubrirla con papel, dentro de ti piensas que no pasaría nada, pero la voz de tu madre aún suena en tu cabeza: “¡Nunca te sientes en un baño público!”. Así que te quedas en la “posición”, pero por un error de cálculo de un pequeño chorro te salpica en los calcetines !!! Tienes suerte si no te mojas los zapatos. Mantener ‘la posición’ requiere una gran concentración: para eliminar de la mente esta desgracia, buscas el rollo de papel higiénico, pero joder, no hay ni uno (nunca)!!! Entonces rezas el cielo que entre esos 5 kilos de basura que tienes en el bolso haya un mísero kleenex, pero para buscarlo tienes que soltar la puerta: te lo piensas por un momento, pero no tienes otra opción. Y tan pronto como sueltes de la puerta, alguien la empuja y tienes que frenarla con un movimiento brusco, de lo contrario todos te verán medio sentada en el aire con los pantalones abajo … !!! Entonces gritas: O-CU-PA-DOOOOO!!!’, sin dejar de empujar la puerta con la mano libre, y en ese momento asumes que todas las que esperaban fuera te han escuchado y piensas que puedes dejar la puerta sin miedo, nadie se atreverá a abrir de nuevo (en estas circunstancias las mujeres nos respetamos) y vuelves a buscar tus kleenex, te gustaría usar un par de ellos, pero ya sabes lo mucho que pueden ser útiles en casos como este y te conformas con uno, nunca se sabe. En ese preciso momento se apaga la luz automática, pero en un cubículo tan pequeño se supone que el interruptor no será tan difícil de encontrar! Reavivar la luz con la mano de Kleenex, porque la otra está aguantando los pantalones, cuentas los segundos que te quedan para salir de allí, porque estás sudando en el abrigo que no sabías dónde colgar y porque en estos lugares siempre hace un calor terrible. Por no mencionar el chichón causado por el golpe en la puerta, el dolor en el cuello por culpa del bolso, el sudor que fluye en la frente, la salpicadura en los calcetines … El recuerdo de tu mamá que se avergonzaría si te viera así, porque su … … … nunca tocó un baño público porque realmente ‘no sabes cuántas enfermedades se pueden coger aquí’.
Pero la tortura no ha terminado … Estás agotada, cuando te vuelves a poner de pie no sientes las piernas, te vuelves a vestir rápidamente y sobretodo tiras de la cadena! Y si no funciona prefierirías no salir del baño, que verguenza! Por último vas a la pica: todo está lleno de agua y aquí tampoco se puede apoyar el bolso, que tienes que volver a colgarte en el hombro, no entiendes cómo funciona el grifo con los sensores automáticos y tocas todo hasta que finalmente puedes lavarte las manos en una posición de jorobado de Notre Dame para no dejar caer la bolsa en el fregadero. Las toallas son tan escasas que acabas secándote las manos en los pantalones, porque no quieres perder otro Kleenex para eso! Sales pasando al lado de todas las mujeres que aún están esperando con las piernas cruzadas y en esos momentos no se puede sonreír de forma espontánea, consciente del hecho de que acabas de pasar una eternidad ahí dentro. Tienes suerte de no salir con un trozo de papel higiénico pegado al zapato, o peor aún, con la cremallera bajada! A mí me pasó una vez, y no soy la única que conozco! Sales y ves a tu hombre que ya está fuera del cuarto de baño desde hace rato, y hasta tuvo tiempo para leer ‘Guerra y Paz’ mientras esperaba. “¿Qué te tomó tanto tiempo?”, te pregunta cabreado. “Había un montón de cola”, te limitas a contestar. Y es por eso que las mujeres van al baño en grupo, por solidaridad, ya que una te aguanta el bolso y el abrigo, la otra mantiene la puerta y la otra te va a pasar el Kleenex debajo de la puerta; por lo que es mucho más fácil y más rápido, ya que hay que concentrarse sólo en mantener ‘la posición’ (y la dignidad). Este artículo está dedicado a las mujeres de todo el mundo que han utilizado un baño público y a los hombres, para que entiendan por qué pasamos tanto tiempo ahí dentro.
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