Felizmente nos lanzamos al amor pensando que con ello, nuestros problemas, sombras, errores, temores y carencias desaparecerán. Que de algún modo, nuestro hombre con su enorme cofradía de abrazos, mimos y besos, tendrá el don de curarnos. ¿De qué? De la vida, de la gente, de la familia, del tráfico, del fracaso… Y así sucede, o así lo sentimos, pero ¡al principio! Parece mágico, funciona, y luego merma.
Y cuando ya no sucede así, hacemos algo para que vuelva a suceder, y lo logramos. Pero regresa un poco y se retira nuevamente. Y un día advertimos en el espejo una mancha que ensucia la mejilla, una lágrima entorpece el maquillaje. ¿Qué pasó? ¿Qué no sucedió? ¿Demasiado hechizo? ¿Falta de patas de ranas? Si el amor es para ser feliz, ¿por qué no lo somos? Por el amor no es para ser feliz.
El amor es. La felicidad es. Nosotros somos. ¿Qué somos? Somos robots repitiendo las historias de los demás. Nos dicen que el amor lo es todo, y ahí vamos. No objetamos. No preguntamos. Sólo vamos. Si alguien nos sonríe y habla bonito, movemos la cola como los perros, sentimos “me quieren”, sin cuestionar, sin pensar que tal vez el otro sea simplemente amable o tenga un tic nervioso. Imposible ser felices con amar. No se puede ser lo que no somos por un acto exterior. No es el afuera el que modifica el interior. Eso es una forma arcaica de mirar. Es pararnos en la creencia de que somos un producto y no productores de las situaciones de nuestra vida.
No seremos felices en el amor, si antes no somos capaces de despertar, encender nuestra luz personal, hacemos las paces con nosotras mismas, y dejamos de inculpar a los demás por nuestra desesperanza.
Cuando seamos capaces de tomar nuestra mochila y mirar adentro, y sacar los trapitos sucios que guardamos, y preguntarnos “¿para qué?”, será cuando podamos respondernos, tomar el valor de tirarlos y tomar control de nuestra propia felicidad, pues amaremos a la principal persona que tenemos: a nosotras mismas.
Entonces no buscaremos a nadie para ser felices, pues ya lo seremos. El amor no tendrá que llegar a nuestras vidas para complementarnos, sino para compartir. Dejaremos la búsqueda confusa a la que nos lleva el apego, porque podremos amar con libertad, sin necesidad de despersonalizar al otro, ampliando la independencia personal y afectiva, soltando el tener razón.
Seremos plenas de ir al cine y llorar a moco tendido, aun cuando nuestro compañero esté dando una sinfonía de ronquidos, pues dejaremos de querer que las cosas sean de una forma, podremos estar abiertas a entender que lo que es profundo, emotivo y bello para mí, puede no serlo para otro, y aun así con eso no hay motivo para la guerra. Las peleas dejarán de ser un campo para demostrar lo acertado que somos, no habrá necesidad de explicar ninguna emoción o idea.
Podremos volar a la par de la pareja, no habrá pretensión de opacar nuestras alas su vuelo, ni adelantarnos, ni quedarnos atrás. Seremos suficiente con lo que somos, porque seremos auténticas.
Llegar a este punto es un camino de complicadas tentaciones para quedarnos igual, más vale la pena que lo intentes, que te arriesgues. No será fácil ni hay autopistas para acelerar el tránsito, ten paciencia. Apuesta por ti. Suelta la cuerda que te ata. Suelta la cuerda.
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